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El profeta Oseas predica contra la cultura de la corrupción

Foto del escritor: Claudio Auteri TernulloClaudio Auteri Ternullo

Actualizado: 30 jun 2023



La condición de Israel


No vemos nuestra cultura porque no somos conscientes de ella. Dios ha dicho a los israelitas que perecerán por no tener conocimiento de Dios y ellos responden de una manera que todos aplaudiríamos: Conozcamos al Señor, él se manifestará, es seguro como la lluvia de invierno y la de primavera (Oseas 6:3), y añaden: Te conocemos, Dios de Israel (Oseas 8:2). A esta forma de responder al llamado al arrepentimiento se la ha llamado “la parodia de la liturgia”, es decir, el culto lleno de palabras huecas. Pero, como es parte de la cultura religiosa, ni cuenta se dan de lo que dicen.


Probablemente el caso del Israel antiguo es comparable a la situación actual con la constante repetición en el culto de las palabras “te amo”, “te seguiré”, dirigidas a Dios en los cantos y las oraciones. Tanto se dice que su significado es cada vez más diluido e incierto. Lo mismo ocurre en la sociedad en general, ya que, cuando las parejas más se dicen “te amo”, es cuando más divorcios hay. Tanto han perdido el sentido estas palabras que en nuestra cultura latina cualquier desconocido le dice a uno “mi amor”. A esta gente que habla sin ponerle sentido a lo que dice, Dios le responde que no tienen conocimiento de Él. Pero ellos insisten en ser fieles al culto y afirmar “sí te conocemos” y, cuando son confrontados con el pecado, responden que “la poesía es una cosa y la vida es otra”.


La respuesta de Dios se mantiene: “… no me conocen,” y “… han rechazado el bien” (Oseas 8:3); si han rechazado el bien significa que no me conocen. En otras palabras, el conocimiento de Dios no se refiere a lo que el creyente dice, sino a lo que hace. La falta de conocimiento de Dios también se demuestra en la actitud que el pueblo de Dios tiene hacia el profeta, se le tiene por necio y por loco. Dicen que conocen a Dios, pero llaman loco a quien les predica la palabra de Dios (Oseas 9:7). No siempre el rechazo a la palabra de Dios es tan directo y evidente. A veces nosotros escuchamos la palabra de Dios y la rechazamos de formas sofisticadas: al predicador le falta un poco más de cultura, no estaba muy bien vestido, cometió algunos errores de dicción, citó mal a tal autor, pronunció mal el griego.


Es cierto que a Dios le interesa que su pueblo sea numeroso y fuerte, fue lo que le prometió a Abram. Se puede afirmar entonces que el crecimiento de la iglesia es muy bueno, que el culto alegre y concurrido es animador, y que la iglesia tiene un gran potencial espiritual y social. Sin embargo, cuando los números y la fiesta no tienen un efecto en la participación de los cristianos en la sociedad y la transformación de esta, entonces es necesario abandonar el triunfalismo y reflexionar en el tema, mirar hacia dentro. Más de un profeta tuvo que confrontar al pueblo de Dios en esta dirección. Para ello, el profeta Oseas utilizó una imagen con una gran capacidad comunicativa y que a todos nos es conocida: la planta hermosa, llena de hojas, pero con frutos que no valen la pena o simplemente sin fruto alguno. Así, a los israelitas se los compara con una vid frondosa, pero los frutos que producen son pleitos porque hablan por hablar y juran en falso cuando hacen tratos (Oseas 10:4). Isaías hace algo parecido: compara la relación de Dios con Israel con la de un agricultor que selecciona una buena cepa de uvas, planta su viña, la protege, la cuida y al final lo único que obtiene son uvas agrias. El tratamiento del Señor aquí para su pueblo es comparable al de Oseas (Isaías 5:1–7).


Otra descripción de la cultura de la corrupción en tiempos de Oseas es que viven de la mentira y el fraude (Oseas 11:12), y al tiempo declaran la honestidad de todas sus ganancias (Oseas 12:8). Se les recuerda que a última hora son Jacob. Israel es Jacob, símbolo de la cultura de la trampa (Oseas 12:2–4). Al ver este cuadro, uno se pregunta por qué participa la gente en actos de corrupción. Explicaciones no faltan... En otras palabras, la sociedad no le ofrece al individuo restricciones para ser corrupto ni alternativas. Esto suena parecido a lo que dice la Biblia de llamar a lo malo bueno y a lo bueno malo (Isaías 5:20–25). La gente participa de la corrupción porque es lo normal y no la percibe como algo incorrecto. Esto explica por qué no hay reforma que funcione. Lo que otros llaman corrupción se entiende como algo neutral o bueno.


Una consideración importante para participar de actos de corrupción es la relación costo-beneficio. Es decir, la corrupción disminuiría si el costo fuera más alto que el beneficio. Por ejemplo, ser descubierto y sancionado. Pero, desgraciadamente los corruptos calculan el costo-beneficio, lo cual quiere decir que las sanciones tendrían que ser absolutamente severas, inapelables y sin derecho a rebaja de penas para que la corrupción bajara de manera significativa. Un ejemplo de un país que lo ha logrado es Singapur, pero, por ser una ciudad-Estado, es decir, un país pequeño, resulta difícil aplicar su modelo a países grandes. Además, por benévola que sea la dictadura capaz de frenar la corrupción, priman los derechos.


De alguna manera, se ponen en duda la escala de Transparencia Internacional, puesto que se basa en la percepción de la gente. El problema es precisamente qué se percibe como corrupción. Cuando la corrupción se percibe como conducta aceptable y común, ¿qué pueden comunicar las estadísticas basadas en la percepción? Cuando mucho, podrían sugerir que el asunto es muchísimo peor de lo que dice el ranking de cada país. Cuando la corrupción es parte de la cultura, se convierte en un problema de acción colectiva; igual funciona donde no hay corrupción. Son los mismos ciudadanos quienes de manera colectiva aceptan o rechazan los actos corruptos y a quienes los cometen. Aunque hablemos de cultura de la corrupción, no se trata de algo abstracto, pues “es la gente la que es corrupta, no el país”. Se la llama “cultura” por lo generalizado de la práctica. La conclusión que se desprende de aquí, de la literatura sobre la cultura de la corrupción y de la historia, es que esta condición no se cambia con reformas ni decretos ni persecución. Así como no se hacen los amigos por decreto, tampoco se deshace la corrupción con leyes.


¿Por qué hay tanta corrupción en nuestros países? Existen algunas explicaciones absolutistas. Algunos dicen que porque fuimos colonias (Asia, África y América Latina) y que la corrupción continúa operando en las relaciones con los antiguos colonizadores en las multinacionales. Sin embargo, uno de los países más corruptos del mundo es Rusia, el cual aparentemente nunca ha sido colonizado, como lo fueron Asia, África y América Latina. Otros dicen que los países herederos del protestantismo no son corruptos como los herederos del catolicismo. Se habla de la “ética calvinista” que ha contribuido al desarrollo. Si esto es cierto o no, es motivo de debate. De todos modos, hay países como Japón y Singapur, que son menos corruptos y han tenido un gran desarrollo, pero poco sabían del reformador.


Por último, se podría pensar también en la dignidad colectiva de los pueblos, si tal cosa existe. Un estudio sostiene que “la corrupción aflora donde la confianza se vincula más hacia redes particulares que hacia todo el conjunto de la sociedad”.

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