¿Qué es la cultura de la corrupción?
La cultura de la corrupción se refiere a las prácticas corruptas de una sociedad pero que no se las ve como corruptas porque están generalizadas y, por lo tanto, se consideran normales. La cultura de la corrupción se caracteriza por:
a) La proliferación de la corrupción en la vida civil.
b) La glorificación cultural de la corrupción en ciertos sectores de la población.
c) El surgimiento de una moral distorsionada en la clase media.
d) La desviación de la responsabilidad individual; y
e) La difusión de la desconfianza y el cinismo hacia el gobierno y hacia los funcionarios públicos.
La corrupción sobrepasa las áreas no gubernamentales, áreas como: los negocios, la educación particular y hasta en el ámbito de la iglesia. A lo que sumaría, los grupos de amistades, e incluso, la corrupción se extiende a nivel familiar. Todo esto hace que las transacciones más comunes y corrientes sean más complicadas demoradas y costosas, lo cual genera atraso: “La corrupción priva a los ciudadanos de un bien común básico, la legalidad”, la cual es clave para el desarrollo, ya que permite la construcción de la confianza, base fundamental de las relaciones entre los ciudadanos en cuestiones sociales, económicas y políticas. Las instituciones no son las culpables de todo.
Lo que se observa en la sociedad es igualmente preocupante. ¿Hasta qué punto los ciudadanos conocen, valoran y defienden los logros de su democracia? Algunos hechos ocurridos en los últimos años pueden dar pistas para una respuesta. La indiferencia generalizada frente a los horrores del paramilitarismo en Colombia, dejó en claro que no sólo los crímenes de la guerrilla merecen ser sancionados. La misma indiferencia predominó con relación a los escándalos de la parapolítica, los “falsos positivos”, la interferencia del Poder Ejecutivo en otras ramas del poder. Si semejantes problemas no inquietan al grueso de la población, si la sociedad no ve en ello pruebas alarmantes de un profundo deterioro de la cultura política, es difícil pensar que la democracia va por buen camino. No es el único reto de envergadura que debe asumir el país.
Por otro lado, tenemos en Jesús el ejemplo de no optar por una interpretación trágica y derrotista de todo. Jesús reconoció al militar honesto que además tenía fe, a la viuda pobre que fue generosa, al empleado público que dejó de robar y se convirtió en benefactor de la sociedad, y otros. En su mensaje contra las diversas expresiones de la corrupción, el libro de Oseas alterna permanentemente entre sentencias de destrucción definitiva, llamados al arrepentimiento y promesa de restauración. Por eso, en la lectura del profeta Oseas (y de otros profetas) debemos cuidarnos de imponerle una secuencia lógica a los oráculos.
De todos modos, sabemos dos cosas que ocurrieron después de la predicación de este profeta: que no hubo arrepentimiento y vino la aplicación de los castigos estipulados en el pacto. Reconocemos que cuando se predica el arrepentimiento está abierta la puerta al perdón y a la restauración. Debemos ser orientados por una mirada a tres condiciones o estados planteados por el profeta Oseas para la transformación de la cultura: la condición de Israel, la condición del perdón, la condición de Dios.
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