
Para revertir la destrucción de nuestra cultura, tenemos que revivir la clásica interpretación cristiana del orden. La palabra bíblica shalom no significa la mera ausencia de conflicto: significa el establecimiento de las relaciones correctas, de justicia y armonía. Como escribió San Agustín, la verdadera paz no significa la mera eliminación de la violencia: significa establecer un orden justo, la “tranquilidad del orden”. Este principio es válido en prácticamente todas las situaciones sociales.
Como la mayoría de las demás personas, los cristianos están preocupados por el alarmante declive de la moralidad, espiritualidad y orden social de nuestra cultura. Pero a diferencia de ellos, tenemos una filosofía que nos da una respuesta más amplia que meramente arrestar a más personas y construir prisiones más grandes. Una estrategia efectiva tiene que comenzar por hacer preguntas filosóficas fundamentales: ¿Qué es lo que hace que una comunidad sea “buena”? ¿Cuál es el orden correcto de la sociedad?
El invertir tiempo y dinero para construir una sociedad correctamente ordenada es el antídoto más poderoso para el caos y el derrumbe cultural. Más importante aún, es un poderoso testigo del ideal bíblico de shalom en un mundo en decadencia.
Cuando se trata de detener el deterioro de nuestros jóvenes, podemos empezar por no mostrar pereza de nuestra parte. Nuestro ejemplo les dará una sensación de orden a nuestros hijos. Mantengamos limpia nuestra casa y nuestro jardín y comprometamos a nuestros hijos a que mantengan ordenados sus cuartos. No dejemos que salgan a la calle con ropa que sea demasiado reveladora o desaseada. Estemos atentos a lo que nuestros hijos miran en la TV.
Segundo, insistamos en pasar tiempo juntos como familia. Yo conozco una familia de devotos cristianos que siempre cenan juntos. Tercero, sigamos criticando a los que les ofrecen valores escabrosos a nuestros hijos. Las cadenas y anunciantes responden cuando suficientes personas expresan su indignación ante programaciones censurables.
Cuando se trata de la cultura más extensa, los cristianos tenemos que estar conscientes de las maneras sutiles en las que se está hundiendo nuestra nación en la pereza. Tenemos que resistir la caída creando fuertes influencias contraculturales. Podemos comenzar elevando nuestro propio estándar en la manera en que hablamos y nos vestimos. Podemos mantener nuestro estándar absoluto para la moralidad sin que nos importe lo que hacen los demás.
Un buen lugar donde comenzar es en nuestros cultos. Tendríamos que cultivar mejores gustos respecto a nuestra vestimenta, la música y el arte, para no caer en imitar los estilos de sus degradados equivalentes seculares.
Sentado en una prisión romana, el apóstol Pablo no podría haberse jamás imaginado cuán apropiadas serían las palabras que pronunció para la iglesia en Filipo para los cristianos 2.000 años más tarde: “Por último, hermanos, consideren bien todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio” (Filipenses 4:8). Sólo el pensar en tales cosas y actuar acorde con ellas puede impedir que nuestra cultura corra la suerte que le profetizó Jeremías al antiguo Israel.
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